“Nadie en el mundo,
nadie en la Historia,
consiguió la libertad apelando al
sentido moral de su opresor”
Assata Shakur
Una farsa electoral más termina. Esta vez, con amplia victoria a nivel federal y estatal de un hatajo de fascistas activamente alimentado por el reformismo de la izquierda institucional. Los reformistas, además de defender con uñas y dientes su tan estimada democracia burguesa, sabotearon e impidieron la lucha popular durante dos décadas, desde sus tronos de gerentes del capitalismo brasileño. El laborismo de los gobiernos petistas (PT, Partido Trabalhista), que oscilaba entre la socialdemocracia y el neoliberalismo, trajo frustración y asco al pueblo. Sumados a eso, las promesas vacías, el abismo entre el discurso y la práctica de estos gobiernos, llevaron a parte de la clase trabajadora a engañarse con una alternativa abiertamente autoritaria y elitista. Un camino más viejo que andar de pie, que no tiene otro final que el precipicio. Felizmente, la realidad es más compleja y fecunda de lo que repiten aquellos que, enmascarados del más cordial humanismo, se colocan como escudos de la burguesía.
El odio a la política de conciliación de clases petista, sumado a la inercia festiva, que se divulga como “crítica” del reformismo electorero de “izquierda”, han allanado el camino a una falsa polarización entre fuerzas políticas, que desencadenó varios episodios de violencia entre la población. La segunda parte fue marcada por la profundización de esta violencia con, por ejemplo, el asesinato de Mestre Moa en Salvador (Bahía), cometido por un votante de Bolsonaro, la muerte de Charlione en Pacajus (interior de Ceará), que sucedió durante una manifestación a favor de Haddad, -candidato del PT-, y la muerte de Priscila, mujer trans asesinada en nombre de Bolsonaro.
En respuesta, el campo de la izquierda electoral vació el modelo de las contradicciones entre Capital y Trabajo, establecidas por la profundización del proyecto neoliberal en Brasil. Reforzó de la manera más grotesca y reaccionaria la falsa polarización entre candidatos, desplazando la raíz del problema a una cuestión de saber a quién le toca ser el gerente. Y aún peor, ¡culpando al pueblo por su derrota! La coalición de Haddad y Manuela (PT-PCdoB) intentó concluir con varios sectores algunos acuerdos que les pudiesen hacer ganar votos. Incluso negociaron pautas de comportamiento moderado con el movimiento feminista.
En su propaganda electoral, se abusaba del sentido pacifista de la palabra “amor”, contra lo que se presentaba de forma generalista como “discurso del odio”. Se mezclaban así los prejuicios de la sociedad brasileña con la justa ira del pueblo por el extremo empeoramiento de las condiciones de vida en los últimos años. Confiados por estar del lado del “amor”, los reformistas no consiguieron percibir el contenido político de la abstención. Los no-votos (votos nulos, votos en blanco y no emitidos) representaron a 42,1 millones de electores. Fue una de las mayores abstenciones de la historia en la segunda vuelta de unas presidenciales. El hecho de llegar a este número elevado, a pesar de la polarización causada por el sentimiento de “antipetismo” y desesperanza, no es casualidad. Es un dato que indica que millones de personas se encuentran insatisfechas con el propio modelo político aplicado en Brasil. Muestra también que gran parte del pueblo no alimenta ilusiones respecto al próximo opresor que ocupará el cargo de presidente de la República.
La izquierda electorera calificó el voto a Bolsonaro como simple “fascismo”, o como un retrato proporcional del avance del fascismo en la sociedad, reduciendo todas las posiciones y comportamientos políticos posibles al voto en las elecciones burguesas. Voto basado en campañas fragmentadas y en la proliferación de mentiras compradas y divulgadas por grandes empresarios. Las elecciones de 2018 estuvieron dominadas por las “fake news”, táctica utilizada por los candidatos que estaban mejor colocados en las encuestas. Estas noticias falsas se esparcieron entre la población e hicieron que buena parte fuera engañada o confundida.
El reformismo también mostró su verdadera cara elitista en el argumento de que el voto a Bolsonaro expresaba la “ignorancia” del pueblo, recomendando que “cambiasen armas por libros”. El pueblo sabe muy bien lo que es la violencia, ¡porque está muriendo en las guerras promovidas por el Estado! ¡Quien no sabe y no comprende la desesperación real que es ser testigo cercano de muertes y sangre, que corre cotidianamente, es la izquierda reformista pequeño burguesa que asiste a todo desde su sofá, por TV!
La ineficacia de los gobiernos petistas en crear soluciones para el problema de la violencia es uno de los factores que explican la ilusión de parte del pueblo respecto a Bolsonaro. El elitismo conservador de la izquierda, que jerarquiza posiciones políticas tomando como base la “erudición”, es el mismo que dice querer enseñar al pueblo los caminos rumbo a la emancipación y construcción del socialismo.
La justificación de los sectores de la izquierda que se sitúan públicamente como “críticos” al gobierno del PT, para después capitular y hacer campaña por el PT en la actual coyuntura, es solo una de esas presuposiciones sobre el pueblo, una bazofia. O mejor, una bazofia resultante de sus propios prejuicios de clase. Asumen que el pueblo, -que en realidad no encuentra un rumbo que seguir en su radicalidad de clase-, es fascista, al igual que Bolsonaro. Que la victoria de Bolsonaro es la expresión de una sociedad fascista y que el PT podría contribuir a frenar la propaganda fascista en el país, cuando fue este mismo partido el que más contribuyó a la construcción de esa ira difusa de una clase trabajadora traicionada y desengañada, gracias a lo que vendieron como “progresismo”. En la ecuación reformista, sociedad= Estado= elecciones, la violencia es completamente sublimada de la ecuación. Existe una diferencia enorme entre el humanismo y la lucha por el socialismo, y los partidos de la izquierda institucional ya han demostrado, de todos los modos posibles a lo largo de su existencia, que han optado por el humanismo, por la gerencia de la violencia de clase y de Estado.
CONTEXTUALIZANDO LAS ELECCIONES 2018
Desde la revocación de Dilma Roussef en 2016, la derecha venía apostando por el PSDB, representado por Alkmin en las elecciones presidenciales de 2018. Mientras tanto, la figura de Bolsonaro apareció como respuesta al sentimiento de antipetismo y desesperanza popular, con apoyo de algunos sectores de la iglesia evangélica sumado al de los militares, el cual se concretó en la figura de su vicepresidente, Mourâo.
El Partido de los Trabajadores y sus satélites quedaron atrapados en las campañas Fora Temer y Lula Livre, lo que acabó dando unos resultados desastrosos. El PT, durante las elecciones, apostó todas sus fichas a la candidatura Haddad y Manuela, continuando con su política de conciliación de clases. Mientras tanto, la burguesía ya no necesita de los servicios del PT, y éste ahora recoge lo que sembró. Cuando todavía estaba en la presidencia de Brasil cumplió el papel de la derecha, impidió la actuación de los movimientos sociales y criminalizó a los militantes de izquierda, e incluso aprobó leyes represivas, como la Ley Antiterrorista.
Como resultado de las elecciones, ganó la coalición Bolsonaro y Mourâo (PSL/PRTB), quienes vencieron en todos los estados brasileños, menos en los nueve que constituyen la región Nordeste. Más allá de la victoria en las presidenciales de Bolsonaro y Mourâo, son capitán y general jubilados del Ejército brasileño, es necesario observar que 2018 fue el año en que más militares resultaron elegidos, hasta un total de 73: 56 diputados estatales/distritales, 14 diputados federales y 3 senadores. O sea, tendremos un Estado todavía más militarizado y represivo, que ya habla abiertamente de la retirada de derechos sociales.
Los discursos fascistas de Bolsonaro sobre “barrer a los rojos de Brasil”, “acabar con los activismos”, además de un Congreso militarizado, anuncian ya un escenario en 2019 de profundización en la pérdida de derechos sociales, con base en el látigo y el “cállate la boca”, del fortalecimiento del poder represivo y por fin, en el exacerbamiento de la lucha de clases.
El momento exige la organización inmediata de Comités de Apoyo Mutuo con redes de acogida y apoyo jurídico, de la autodefensa del pueblo y de la acción directa. Esa es la tarea de todos los sindicatos, del movimiento estudiantil y de los movimientos populares. Tenemos que disputar palmo a palmo cada espacio de las periferias y las favelas, de las escuelas y universidades, de las fábricas y demás lugares de trabajo, de los campos y aldeas.
La derecha perdió la vergüenza y se ve representada en la figura de la presidencia de Brasil. Se siente legitimada para practicar todas las formas de opresión y violencia. La izquierda institucional no consigue ser radical en sus acciones, acomodada y comprometida como está en sus ataduras al Estado.
¡Frente al rodillo que nos aplasta más y más cada día, la clase trabajadora solo tiene una opción: romper con las ilusiones reformistas y construir una vía efectivamente revolucionaria, de masas, para luchar contra la explotación y la violencia capitalista que se profundizará a partir de 2019, capitaneada por un gobierno explícitamente fascista!
¡TODO EL PODER AL PUEBLO!
¡LUCHAR, CREAR PODER POPULAR!
¡ELECCIONES=FARSA!
¡SOLO EL PUEBLO ORGANIZADO HARÁ LA REVOLUCIÓN!
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