Imagen: Masha Gladkova
La actual situación de excepción social que vive Cataluña no tiene precedentes en la historia reciente de nuestro país. Durante toda la semana las movilizaciones sociales en respuesta a la sentencia del proceso han sido de una contundencia masiva que muestra la fuerza que tiene la población cuando se organiza y se moviliza masivamente.
Por otro lado la violencia policial desde el primer momento, encabezada por los cuerpos de antidisturbios de Mossos d’Esquadra y Policía Nacional colaborando conjuntamente, ha desatado una oleada de protestas nocturnas en todas las capitales de provincia ininterrumpidamente y con una intensidad de la protesta que no ha hecho más que incrementarse noche a noche, día a día.
Los gobernantes y políticos catalanes ahora se desmarcan de estas protestas por violentas, abandonando en los momentos más duros a la juventud que creció viendo como la Policía Nacional y la Guardia Civil reventaban sus colegios electorales y apaleaban a pacíficos defensores del referéndum. Esta juventud que hoy se defiende (y nos defiende) de la brutalidad policial, ahora los abandonan ante las acusaciones de terrorismo y violencia del ejecutivo Pedro Sánchez, con la colaboración de los gobernantes, partidos políticos y la ultraderecha.
Hay una oleada en el mundo de protestas que surgen por diferentes motivos, pero todas tienen un denominador común. La humanidad aspira a vivir en las cotas más altas posibles de libertad, justicia social y bienestar. Y ante el fracaso de las diferentes economías neoliberales de dar esta solución a la mayoría social de cada país, periódicamente surgen protestas desencadenadas por varios factores (recientemente en Hong Kong, Ecuador y ahora en Chile, por nombrar algún ejemplo) que derivan en brutales represiones y reacciones autoritarias de toda forma de gobierno.
Y es que por definición, gobernar corrompe. Los intereses para mantener el poder durante la partida que dura su mandato hace que los partidos políticos parlamentarios tengan sus propias estrategias y pretendan movilizar en el pueblo según sus intereses. Pero hoy Cataluña vuelve a desbordar la clase política catalana y española, dando una lección al mundo de dignidad y autoorganización en una nueva revuelta.
Simultáneamente en Cataluña tenemos una situación económica y social que no hace más que empeorar: paro estructural en los colectivos más vulnerables (jóvenes, mayores de 55 años, mujeres e inmigrantes), la pobreza ha aumentado, acceder a la vivienda sigue siendo un grave problema, se precariza el trabajo y se debilitan los sistemas públicos de educación y sanidad, etc. Una situación que es similar en el resto del Estado español, con las diferencias propias de cada territorio.
Y en otros territorios empieza a movilizarse también la sociedad en contra de la represión en Cataluña: Madrid, Burgos, Vitoria, Sevilla… Cada vez se suman más ciudades a protestar contra la represión y contra sus responsables: el gobierno y la Monarquía.
Vivimos en un estado que nace del pacto de una clase política con el franquismo el 1978, un estado que lleva reprimiendo las revueltas de la clase trabajadora y de todos los pueblos que cuestionan su estructura. Hace falta una salida común a esta situación con todos los actores posibles que lleve a poner fin a la actual Monarquía y abra un nuevo escenario alejado de todo aquello que nos oprime.
Desde CNT Vallès Oriental, como sindicato revolucionario y anarcosindicalista, nos comprometemos a iniciar y promover los contactos con todas las fuerzas sindicales de Cataluña y el resto del Estado para iniciar un movimiento sindical revolucionario que acompañe la revuelta catalana y la dote de contenido de clase y social, que abogue por la abolición de la Monarquía y un nuevo modelo confederal del territorio donde cada pueblo pueda autodeterminarse políticamente.
Viva la libertad!
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